Luego, tras la independencia del país, la mina quedó en manos privadas, entre ellos el barón de las minas: Simón Patiño, quien manejó el poder político de Bolivia a su gusto y placer fundado en sus únicos intereses económicos.
La revolución político y social de 1952 forjó una reforma agraria progresista y nacionalizó los yacimientos minerales; sin embargo, todo el material se exportaba en bruto a las fundiciones de Inglaterra que siempre se llevò los beneficios económicos de los metales bolivianos. Luego, en la década del 90 se cooperativizó la explotación. "Cuando era estatal la seguridad era lr primordial. Ahora es tan precario como en los tiempos de la colonia", me cuenta Vargas.
En todos estos años, las diversas galerías llegaron a los 600 metros de profundidad y dos mil en línea recta. Aun es una parte menor si se tiene en cuenta que está a más de 4 mil metros de altura. En su interior, los mineros trabajan desnudos para soportar los más de 35 grados centígrados y expuestos a gases venenosos que le contaminan la vida. "Cuando los mineros bolivianos cumplían treinta y cinco años de edad, ya sus pulmones se niegan a seguir trabajando: el implacable polvo del sílice impregna la piel del minero, le raja la cara y las manos, le aniquila los sentidos del olfato y el sabor, y le conquista los pulmones, los endurece y los mata", cuenta Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina en 1971. Hoy, es igual.
El cerro es trabajado durante todo el día y todos los días. El último turno termina a las 18 horas, y un ejército de siluetas baja por las calles de Potosí: son los mineros que en silencio regresan a sus casas. Sobre el salario y la vida que se pueden dar por castigar su vida, Jacinto VBargas me cuenta que algunos son mineros pobres toda su vida, mientras otros entran y al poco tiempo tienen casa, auto y otros lujos: "Es que afuera el minero está con Dios, pero adentro del cerro está con el diablo".
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