"Así, con el bolso al hombro, echa una última mirada al cuarto y permanece un rato de pie cerca de la puerta con aire forastero. Éste es Oreste Antonelli, o más bien Oreste a secas. Un vagabundo, casi un objeto. El pelo le ha crecido detrás de la nuca hasta los hombros. Tiene la cara chupada y oscura, los ojos deslumbrados, una barba escasa y revuelta. Hace meses que viste el mismo capote marinero con un capucho en el que suele echar cuanta cosa encuentra en el camino. Debajo no tiene más que la camisa. También los pantalones de brin, estrechos y descoloridos, son los mismos con que se largo al camino. Los botines están resquebrajados y rotos, el agua le entra por las suelas, pero le ha tomado cariño porque ellos lo transportan a todas partes y hasta escogen el camino. Oreste se figura que anda dentro de ellos y cuando se los quita es precisamente cuando deja de ser el Oreste a secas. Hace tiempo que ha desechado las medias y los calzoncillos, que son prendas de sociedad. El grillete de Aldebarán es cosa nueva, chisme para metafìsicas, cosita de encantamiento. Por último está ese bolso marinero que cuando, como ahora, se echa al hombro, clausura un tiempo y tuerce la vida.
"En esto se abre la puerta. Ahí está la Pila de pie frente a Oreste, los ojos húmedos, la piel encendida, temblor y arrebato del alma, presente y ausente en lo transeúnte del momento, entera figura para la memoria.
"Oreste adelanta un paso, es decir, comienza a irse. Ya de camino, sin descolgar el bolso, la atrae con suavidad y la besa sin el peso de la carne, en ausencia.
"Suena un disparo, lejos. Es el aviso del señor Prefecto. Ha subido el agua.
"La gente ya se ha ido en bandada detrás del siempre Capitán. El Lucho ha quedado solo cerca de la puerta, en lo oscuro. El salón parece ahora más grande y más fresco y el aire que penetra a los empujones por el techo remueve la paja. Oreste lo recordará así. Unas veces así, vacío y sacudido como un cascarón. Otras de noche, no un cuarto, sino un recorte de luz con el ángel en el medio, presidente, y la Trova de Arenales divagando esos aires.
"El grupo se aleja en dirección al muelle bajo la luz intensa de la tarde que recorta con dureza sus siluetas. Los ve por el hueco de la puerta, a través de un ojo muy grande, ellos en la luz, caminando hacia el muelle trepando el borde de espumas y después el entero mar y después una parte del cielo, simplemente un azul más parejo, y el encuevado en el salón, como si lo viese todo a la sombra de la mano. Ve la gorra del Capitán que sube y baja y la nubecita de gaviotas que revolotean sobre las cabezas, un vellón blanco, una mancha oscura según se ladean.
"El Mañana sobresale del muelle desde la línea del agua, el palo raspa el cielo suavemente. La proa se empina como un zueco, de manera que el mascarón sobrevuela el muelle. El Prefecto y el señor Pelice ya están allí, en oficios.
-Tendrán buen tiempo -dice el Lucho desde la puerta, sin volverse.
"Habla del tiempo de ellos, los que se van, que ya no es el mismo.
"Oreste, antes de salir, le echa un brazo. El Lucho huele a humo de laurel.
-Nos volveremos a ver -dice Oreste sin convicción, y después lo repite más fuerte, como un augurio o fórmula, y se pregunta si salió verdaderamente de él.
"El Lucho asiente con la cabeza, y eso lo confunde todavía más. Dice el Lucho:
-Hay maneras.
"Y al tiempo que lo dice le alarga una botellita con un tapón de lacre.
-Es una medicina para viajeros, sobre todo de a pie. Se frota. Está hecha con malvavisco, grasa de buey, sal gruesa y alcohol de quemar, pero todo depende de la mixtura, que es la secreta. En especial para forzadas, chupos, embichamientos, quebraduras, zafaduras, pasmaduras, tristes y todo mal de camino. Se unta de madrugada".
(Haroldo Conti, Mascaró, el cazador americano)
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