Historia de un negocio ajeno
“En Colombia, la vida del campesino nunca ha sido fácil”, sintetiza fugazmente Jony, uno de los guías de las fincas del Quindío, sobre la situación laboral de los trabajadores rurales. En el país donde sale el mejor café del mundo, el de sabor más suave y el de más cordial acidez, la explotación obrera es apenas un poco mejor que a principios de siglo, y un negocio rentable sólo para Estados Unidos gracias a una de las bebidas de culto más difundidas del mundo.
Lo cierto es que el fruto del café no es originario de América. En Etiopía crecía de manera silvestre y los peregrinos musulmanes descubrieron sus bondades motivándolos a transplantar semillas del África en Asia, en la zona de lo que hoy es India. Igualmente, los mayores responsables de su expansión global fueron los holandeses que en el siglo XVII adaptaron el fruto a las condiciones de los jardines europeos y luego en los campos de Guayana y Centroamérica.
No existe una postura determinante sobre cómo llegó a Colombia. La hipótesis no más aceptada pero que sí tiene algún registro documental es la de un grupo de monjes católicos que plantó semillas fértiles en el valle del Cauca y unos años después en el departamento Quindío. A pesar de que en el Cauca los resultados fueron malos, desde el Quindío empezó a emerger el prestigio cafetero.
Aunque cada país consume su taza de café con ritos diferentes y normas de producción, secado y tostado también diferentes, mundialmente se acepta que en Colombia se produce el mejor café del mundo. La razón es muy sencilla: “Es suave, se puede consumir sin azúcar y el sabor se siente residualmente hasta en la garganta”, explica Eloín, uno de los empleados de la finca “La chapolera”, cerca de la ciudad de Armenia.
El tipo frutal colombiano es el Arábigo, que gracias al clima de estas latitudes, con su largo periodo de lluvias y las plantaciones a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar le dan un singular resultado.
Para Colombia, el café sigue siendo uno de los productos más importantes de su comercio exterior. Su economía es esencialmente primaria y aunque se han diversificado los cultivos aun hoy el 22 por ciento del PBI agrícola se debe a la producción de este producto (Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de Latinoamérica, cuenta que en la década del 70 el ingreso de divisas a Colombia era en dos terceras partes gracias al café). Sin embargo, aunque la producción se hace en suelo colombiano, las mayores ganancias quedan en las cuentas de compañías estadounidenses que gerencian el acopio, comercio exterior y consumo de la infusión.
En este mundo, los cosecheros sólo se llevaban un 5 por ciento del precio final. El resto de la renta se desglosa, más o menos, del siguiente modo: 40 % para intermediarios, exportadores e importadores; 10 % a través de impuestos gubernamentales (esencialmente de los países consumidores e importadores como Estados Unidos y Europa), 10 % para las empresas de transporte; y 30 % para los dueños de las plantaciones (La venas… Eduardo Galeano).
Actualmente, la libra de café registra uno de los mejores precios históricos. En el mercado estadounidense se paga cerca de 2,25 dólares la libra (450 gramos) aumentando casi un 30 por ciento del precio promedio del año 2009. En volumen productivo, Colombia ocupa el tercer escalón detrás de Brasil y Vietnam.
En las fincas el paisaje se distribuye entre los cafetales, platanales, y en menor medida parcelas con producción de caña de azúcar y cítricos. Cada uno de estos cultivos, sobre todo la producción bananera, redundan en una convivencia simbiótica que mejora la calidad del fruto.
Pero más allá de los verdes cerros con palmas bananeras y manizales, y del áspero régimen laboral, la única preocupación del negocio está en mantener el buen precio en los mejores mercados. Hasta antes del año 2000 estaba a menos de un dólar estadounidense, provocando que los productores cafeteros vendieran sus fincas a grandes propietarios que remplazaron el cultivo por la cría ganadera.
En Colombia son 16 los departamentos cafeteros. El eje de la economía está apoyado en tres ciudades principales: Armenia, Pereira y Manizales (departamentos de Quindío, Risaralda y Cauca respectivamente). Dentro del país también hay competencia por saber cuál es el mejor café colombiano. “Ahora se dice que es el que se produce en Nariño porque lo hacen pequeños productores con procedimientos más artesanales”, explica Jony.
Algunos fundamentalistas de las estadísticas sostienen que este país es uno de los que menos café per cápita consume. Por supuesto, esta historia no derrocha alegrías: la adopción del café como producto emblema de Colombia respondió más a los caprichos de la Europa colonizadora que a su propio beneficio.
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