Los trabajadores de la finca

Los patrones de descarga son de la misma naturaleza que los de lote en la escala de distinciones gremiales. Pero en cambio, su tarea controladora está en la balanza de descarga que es la que determina qué remuneración le corresponde a los cosecheros y determinar si los patrones de lote están haciendo bien su labor. Pasar a ser patrón de descarga es el mísero sueño de los patrones de lote.

En el eje cafetero colombiano hay dos épocas de cosecha: abril-mayo y octubre-noviembre. El resto del año los trabajadores golondrinas se la deben rebuscar con el banano, o en la azarosa suerte de las ciudades de Manizales, Pereira y Armenia.
La Federación nacional de cafeteros no le dedica esfuerzo a la cuestión laboral. Su preocupación es el marketing, los procedimientos de calidad, las tareas de inteligencia de mercado y el relato histórico de la cronología cafetera (claro, que a diferencia de estos artículos, derrochan elogios a una economía que beneficia a unos pocos).
Los propietarios de las fincas utilizan el régimen laboral de los cosecheros como fuelle para mantener su escasa rentabilidad. Ellos están a la intemperie de la voluntad de los grandes acopiadores (Nestlé y parecidos) que gerencian a su placer el negocio de la bebida tinta. Las fincas, salvo excepciones, son de pocas hectáreas (entre 20 y 50 hectáreas en la zona del Quindío). Aunque la mayoría de las propiedades vienen arrastradas de familias tradicionalmente cafeteras, en los últimos años se empezó a dar un proceso de compra y venta de tierras que favoreció la concentración de estancias.
Dentro de los lotes la recolección del fruto de café es a mano (es uno de los aspectos diferenciadores de la producción colombiana).

La imagen internacional del café colombiano es el Juan Valdez: una suerte de Ronald Mac Donald (el payaso de la cadena de comidas rápidas estadounidense, que obedece a un cuidadoso protocolo de confidencialidad y comportamiento personal) , cuya tarea es pasear con un burro y dos costales por los estudios de televisión y posar para las cámaras fotográficas. Pero no hay que dejarse engañar: la impronta amena de don Juan Valdez, de colono rural, con prolijos bigotes e impecable camisa celeste y pantalón blanco ocultan la verdadera y dolorosa realidad de la economía cafetera.
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