lunes, 10 de enero de 2011

Sangre en Magdalena

El 12 de noviembre de 1928 los trabajadores bananeros de la zona del Magdalena, en Colombia, se plantaron en huelga. La perjudicada United Fruit Co., de origen norteamericano y en ese momento propietaria de la mayor extensión de tierras de todo el país, fue la protagonista de los hilos políticos que terminaron con la masacre el 5 de diciembre del mismo año.
Desde principios de la década del ´20 Colombia empezó a vivir una cierta agitación obrera que aunque fue sustancialmente más moderada que las del sur del continente sudamericano, preocupó al gobierno conservador. Por eso se inventaron nuevas normativas para regular al movimiento obrero que se iba gestando en sindicatos influenciados por ideas marxistas leninistas y anarquistas. Sólo en la zona bananera se registran tres paros antes del 28 (en 1918, 1919 y 1924, todas por reclamos salariales).
Mi amigo Wallace me contaba sobre el Magdalena: “Ese río cruza todo Colombia y tiene en su haber decenas de masacres; se ha llevado muchísima sangre”. En la zona caribeña, donde el banano es el producto básico de la economía, eran tres las ciudades epicéntricas: Santa Marta, ciudad portuaria y donde estaba la sede la compañía y aristocracia bananera; Ciénega, en franca rivalidad con Santa Marta, con dirigentes locales que abrazaban el liberalismo y pequeños propietarios subordinados a los imperativos de la United Fruit; y Aracataca, que fue el lugar de mayor apropiación de tierras, ocupaciones de baldíos y despojo a los campesinos de la zona.
La cadena de abusos que terminan con la huelga y masacre es extensa. No sólo se expropió tierras para pasarla a nombres de la United, sino que también se desviaron ríos, se secaron otros y se remplazaron cultivos todo para favorecer a los capitales estadounidenses. La mayoría de las circunstancias se dieron incluso de espaldas a una ley colombiana ya por demás benévola con la iniciativa multinacional. La United Fruit cambió el destino de la zona, la incorporó de prepo al mercado internacional como productora de bananas.
Hasta hace algunos años, la masacre ocurrida en la estación ferroviaria había sido borrada de la memoria histórica de Colombia. Pero apareció la bella literatura (Cien años de Soledad y otras obras regionales) que rescataron el momento, y aunque con retazos de mitología y leyenda, volvieron a la memoria la masacre de la bananera en Colombia. Era tabú la masacre; aun hoy no se sabe la cantidad exacta de muertos: los más conservadores hablan de 12, otros de al menos 50 y así hasta miles (para el personaje José Arcadio Segundo, en la novela Cien años de soledad, la cifra exacta son 3408 muertos).
El desenlace, con la masacre de los obreros, repite algunas características con los hechos de la Patagonia trágica en 1921 en Argentina: el temor de los sectores acomodados y del gobierno al elemento anarquista de los obreros organizados en sindicatos; el carácter rural de la disputa, organización social y económica; la opresión previa violando las normativas nacionales vigentes y finalmente la represión y masacre.
Tras el 5 de diciembre de 1928, la United Fruit se retiró de Colombia, pero la suerte no sería mucho mejor para los habitantes del Magdalena. Por años, en las escuelas, en los diarios, en cada uno de los rincones de Colombia la masacre era pura imaginación, como si no hubiera ocurrido nada. Faltó que llegara la trascendencia de Gabriel García Marquez y sus colegas colombianos para dejarla ahí, para el que la quiera ver.

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